Tinder y yo

Las redes sociales y las nuevas formas de relacionarse. Muchos fracasos, muchos intentos, pero no todo está perdido. Esta historia y las explicaciones técnicas y tips que se brindan, podrán ayudarte a encontrar a la persona que esperas.

Me voy a presentar, aunque dado los temas a tratar no daré mi nombre real, Soy Alexandra. Mido un metro setenta y ocho centímetros. Rubia auténtica, pelo lacio y dicen que bonita. Delgada, pero con buen busto, no exagerado. Me gusta vestirme moderna. Uso faldas cortas, tengo lindas piernas, en fin, estoy para una buena foto y algo más. La edad, me olvidaba lo primero que se miente en Tinder, la real cincuenta años, bien llevados. No fumadora y practico algún deporte.

Hecha la presentación se preguntarán ¿a quién le importa? bueno, supongo que a cientos de mujeres que deambulan en las redes sociales buscando a su pareja. Ésta es mi historia en Tinder y ¡vaya que me han pasado cosas! Así que empecemos.

Voy a ser sincera mi sueño es encontrar una buena pareja, con los atributos básicos: una cultura similar a la mía, gustos parecidos, físicamente aceptable y lo principal ¡buen amante! ¡Ya sé! pido demasiado, pero ese es mi tipo deseado y no otro. Además, nada es para siempre, lo importante es disfrutar de la vida y yo quiero vivirla al máximo.

Y allí fui a Tinder. Lo primero que hice es ver perfiles de otras mujeres, más o menos de mi edad. El perfil de una va a aparecer pocos segundos y hay que hacerse notar. Un buen marketing. ¡Y en pocas palabras!

La mayoría de las mujeres en la pantalla se auto titulan cariñosas, buenas, deportistas, le gustan los museos, leen, la música, el baile, etc. Hoy vivimos en el mundo de las imágenes y ¿qué veo? muchas fotos bien tomadas. También flores, playas, perros, gatos, amaneceres. Tomadas de espaldas o a lo lejos. Eso significa solo una cosa ¡se están ocultando! Seguramente tienen temor de ser vistas por conocidos. Mala cosa. ¿Qué hombre va a lanzarse a una cita a ciegas? Sí, claro, un ciego, pero ese no es el caso.

Elegí mis mejores fotos, recientes. Sonriendo, mostrando mi simpatía, cómo queriéndote decir ¡aquí estoy para ti! Y las poses, sin ser demasiado atrevidas, intenté mostrar que aun soy muy apetecible. Escribí una buena introducción y ¡a Tinder! A encontrar mi persona deseada.

Sabemos lo difícil que es sin pagar recibir un match o saber a quién le gustamos y yo no iba a pagar. Una mañana descubro mi primer match y pude contestarle. Nos escribimos. Me envió su número de móvil y nos hablamos. Una hermosa y dulce voz. Nos contamos parte de nuestras vidas y decidimos encontrarnos el sábado siguiente, en una zona céntrica.

¡Qué contenta estaba! Lo que me preocupaba es su foto, solo había una, se veía con cierta dificultad. Tomada un poco de lejos. En cambio, él tenía varias mías y podría reconocerme con facilidad, pero no yo a él. No le di demasiada importancia. Su voz me había cautivado.

Faltaban dos días para la cita. Me encontraba terriblemente excitada. Si bien a nadie se le ocurriría ir a la cama la primera vez, yo volaba de ganas. Esa noche me bañé con cierta lujuria, mientras resbalaba el suave jabón por mi piel. El agua me encendía aún más. El deseo crecía irrefrenablemente. Soñaba con ser amada, poseída, disfrutada.

Me acosté desnuda. El roce de las sábanas de seda me embriagó. No podía esperar. Lo imaginaba una y otra vez. Deslicé mis dedos por mis pezones turgentes. Bajé mis dedos por vientre. Necesitaba las caricias previas. Me gusta usar mis dedos primero y luego alguno de los juguetes, tengo varios. Mi imaginación volaba. Casi podía sentir sus manos en mi cuerpo. Su boca, sus abrazos, todo.

Cuando ya estaba lista coloqué uno de los juguetes y dejé que hiciera su trabajo. No me gusta ahogar los gemidos. Y juro que esa noche algún vecino pudo haberme escuchado.

Al fin llegó el día. Me puse una camisa roja, con una falda roja, perfecta para mi cuerpo. Me pinté y arreglé con el esmero mejor que pude. El espejo me devolvió una imagen muy apetecible. Satisfecha salí al encuentro. Habíamos acordado un lugar muy cerca de casa, en un bar con mesas en la calle. Llegué diez minutos antes y pedí un café.

Miraba el reloj, menos nueve, menos siete. Pasaba la gente. Ese no es, me decía lleva al perro. Ese otro tampoco va con una bolsa de supermercado. ¿Y aquel? No, no puede ser tiene barba y en la foto desenfocada que había subido, no la tenía. Y de pronto, de atrás, me saluda ¡Era él! Nos abrazamos. ¡No podía creerlo un hermoso hombre de mi altura!

Charlamos largo rato. Le conté de mi separación, él no dijo nada de su vida pasada, eso me alarmó un poco. Pero hablamos de mil temas. Igual que yo le gustaba viajar. Trabajaba muy cerca de mi apartamento y ¡vivía solo! Yo, internamente, saltaba de alegría. Quedamos en vernos a la siguiente tarde. No pude más, llegué a casa y le llamé al móvil. Le dije que me había encantado conocerlo.

Esa noche estaba increíblemente feliz y excitada. Ya le quería a mi lado. Esta vez desnuda me acosté en el sillón del living. Me encanta sentir el terciopelo en mi piel mientras juego conmigo. Había comprado un nuevo juguete muy prometedor. Lo dejé listo y comencé acariciarme muy despacio, disfrutando el momento. Gozaba intensamente. Coloqué el juguete que absorbía mi clítoris. Pequeñas ondas vibratorias maravillosas. Tuve un orgasmo y luego otro. No pude apagar los gritos.

Dormí feliz. Me desperté con la certeza de comenzar a cambiar mi vida. Le llamé temprano ¡me invitó a cenar! ¿Qué más podía pedir? El día se me hacía largo. Intenté dormir una siesta para estar perfecta esa noche. Y al fin impecablemente preparada, nos encontramos en el mismo café. Hablamos un   rato y me dijo -He preparado la cena, estoy seguro que te gustará. ¡Me invitaba a su casa! Es cierto que íbamos muy rápido, pero no desperdiciaría la oportunidad.

Abejas

Su apartamento no podía ser más acogedor. Puso música suave y cenamos. Hablamos de varios temas, aunque me costaba conocer más de su vida. Me inquietó un poco pero no le presté atención. Supuse que quizás fuese algo tímido. Lo miraba y quería comérmelo. Pero claro, tuve que controlarme. Por mí le hubiese dicho directamente ¡hazme el amor! No era lo correcto.

Después de la cena me invitó a sentarme en un sillón. Claro, me puse exactamente a su lado. Lo noté un poco nervioso. Miraba su pelo rubio con rizos. Quería acariciarlo. Me costaba tanto controlarme. Él hablaba y yo totalmente en mi mundo le imaginaba desnudándome. Desprendiendo mi vestido. Desabrochándome el sostén. Acostándome en la cama y luego muy lentamente sacándome mi braguita.

Volví a él, no había escuchado ni una palabra. Con mi mejor sonrisa le miré incitándolo. Su boca estaba tan cerca. Pero él no avanzaba. Puse mi mano sobre su rodilla, como al descuido y miré sus increíbles ojos azules. ¡Nada! Decidí avanzar, me decía debe ser muy tímido. Tomé su cabeza entre mis manos y le besé con una pasión descontrolada. Busqué su lengua. ¡Nada!

Se separó de mí e hizo la más fatal pregunta – ¿Y las abejas? Me descolocó. Toda la pasión se vino abajo como un castillo de naipes. No entendía. Le dije – ¿Abejas, qué abejas? Me dijo que, en mi descripción en Tinder, yo había mencionado que había trabajado en la apicultura, que era un dato más.

Me paré muy molesta y le dije -No entiendo de que hablas. Ya estaba enojada, le pregunté si yo no le gustaba, porque él a mí sí y mucho. Dijo -Es que no leíste mi presentación en Tinder. Yo puse que buscaba a alguien con conocimientos de abejas y pensé que tú podrías guiarme. Es que voy a dedicarme a la explotación comercial de las abejas.

Yo estaba entre furiosa y estupefacta. Le grite – ¿Acaso no te gusto? Y lo dijo -No me gustan las mujeres, tengo mi pareja, se llama Gastón, está por llegar iba a presentártelo. Recogí mi bolso, le grité

– ¡Idiota! Di un portazo y salí a la calle rabiosa, desencajada. No podía sentirme peor. ¡abejas!

Llegué a casa muy cansada. No quise ni cenar. Dormí y en mi sueño estaba recostada debajo de un gran árbol, sobre una manta. Él llegó con una gran sonrisa. No dijo nada. Se acomodó a mi lado, mientras sus manos tomaban las mías. Mientras nuestros ojos se fundían en la profundidad de nuestras almas, yo jugaba con sus dorados rizos. Nos besamos con la pasión encendiéndonos, húmedos, profundos y maravillosos. Yo llevaba un breve vestido y el sólo un pantalón corto.

Me vi desnuda a su lado, maravillosamente excitada. Sus músculos firmes relucían bajo su piel bronceada. Sentía su mano sobre mis piernas, buscándome, abajo, muy abajo. Rozándome luego en el lugar justo, mojándome. Todo era tan perfecto. Antes de cerrar los ojos y sentirlo sobre mí, miré al cielo intensamente azul. Unas nubes corrían empujadas hacia el horizonte. El verde de la planta gramilla inundaba ese paraíso.

Quería sentirlo completamente a esa maravilla dorada, todo para mí. Que me llevara al placer, hasta el punto en que mi cuerpo explotara en un grito largo, necesariamente deseado. Piel con piel, beso a beso. Al fin la ternura de un hombre me complacía. Se ocupaba de mí. Sencillamente era todo mío, al fin. Entonces ocurrió.

En el momento del placer, en el más sublime segundo abrí los ojos. Sobre nosotros, de una rama colgaba un gran panal de abejas. Muchas revoloteaban sobre nosotros. Nos atacaron. Ambos, así desnudos huimos. Me vi dando grandes trancos sobre la hierba. Entonces me desperté.

Recién amanecía. Sudada y aun sintiendo estúpidamente el miedo a las abejas, me levanté furiosa y agotada. ¡abejas! ¡Nunca más Tinder! Me lo juré.

Pasaron días grises. El deseo profundo de dos brazos no se iba. Necesitaba encontrar al fin al hombre justo. Entregarme, necesitarle y que me deseara más que nada.

Un fin de semana me encontré con una amiga para almorzar. – ¿Qué te ocurre? Me preguntó. Le conté mi mala suerte con los hombres.

– ¡No te rindas, vuelve a intentarlo! Dijo. Esa noche luego de cenar dudaba, miraba el móvil, silencioso, esperando. Y ¡otra vez en Tinder! Esta vez me aseguraría. ¡Nada de sorpresas! Desfilaron muchas caras, ninguno me gustaba para hacer un Match y de pronto uno en línea.

Mirando desde arriba

Al día siguiente me escribió. Le contesté entusiasmada, aunque su foto estaba tomada desde lejos, en el centro de una plaza, sin una referencia. Otra vez con un riesgo, que no era lo esperado. No iba a suceder. Esta vez saldría bien y encontraría a mi compañero.

Nos encontraríamos en un bar. Elegí uno con mesas en la acera. Un lugar despejado para observar desde todos los ángulos. Allí estaba yo, sentada. Un buen escote y una falda corta, pues la primera impresión es la que vale. Tomaba mi café mientras la gente pasaba. Otra vez había llegado un poco temprano. Un muchacho se acercaba, no, ese no podía ser, muy joven. Aquel otro tampoco, lleva al perro. ¿Y ese otro? No. Seguí esperando y se hizo la hora.

De pronto, desde atrás mío, alguien pronuncia mi nombre – ¿Eres tú? Preguntó. Dio la vuelta. Un frío me corrió por la espalda. Me miraba en línea recta hacia mis ojos ¡pero yo estaba sentada y él parado! Balbuceando lo saludé. Se sentó. Sus pies quedaban por encima del suelo. No podía creerlo. Pensé en levantarme y huir. No podía hacerlo.

Se presentó, muy educado. Bien vestido, aunque parecía un niño listo para la primera comunión. Hablé poco. ¿Qué iba a decirle? Sacó su móvil y me mostró fotos de sus padres. Le pregunté, solo por ser educada, donde estaban -En el circo. Dijo, Mi asombro ya llegaba al cielo. Tuve que preguntar – ¿Cómo que en un circo? -El pequeñín dijo que él había nacido en el circo. Sus padres trabajaron allí muchos años. Y en mi estupidez le pregunté de qué habían trabajado. Muy serio me dijo -De enanos.

Conste que soy respetuosa con toda la gente y no tengo ningún problema con la altura. Pero ¡hay un límite! Me levanté, le dije, ¿qué iba a decirle?, que nos escribiríamos, y que ya veríamos. Intenté saludarlo con un beso en cada mejilla, no pude. Me agaché, pero no llegaba. Nos dimos la mano. ¿Cómo llegué a casa? Furiosa con Tinder, las redes sociales, la tecnología, las fotos, el mundo y mi mala suerte.

Esa noche no tuve más remedio que jugar conmigo, imaginándome con un hombre largamente soñado. Por suerte pude dormir sin soñar ni con abejas ni con circos. Me tomé un tiempo. Compré un nuevo juguete, que una amiga me recomendó. Durante varios días lo utilice gozando intensamente. Estaba más tranquila, pensando que nada dura para siempre, ni siquiera la mala suerte.

Comprendí que para usar bien Tinder debería tomar muchos más cuidados. Nada de fotos a la distancia. Nada de imágenes borrosas o nombres raros y mucho menos si no mostraban por lo menos seis o siete imágenes recientes. Y un buen perfil. No me pillarían más. Convencida de eso volví a buscar a mi persona deseada.

¡Te pillaron!

Pasaron días, ninguno me convencía. Una noche veo a un hermoso hombre ¡diez fotos! Todas hermosas. Un perfecto perfil. Relación estable. Deportista, amante de los viajes, tierno, enamorado de la vida. ¡Todo para mí! Estaba en línea y allí mismo le di un me gusta ¡Match instantáneo! Chateamos un poco y sin pérdida de tiempo nos pasamos los números de móviles.

Hablamos más de dos horas. Me fascinó. Un dulce. Su voz me acariciaba antes de tocarme. Cada palabra suya me excitaba más y más. Decidimos el encuentro. Le propuse vernos en el centro de la ciudad, no le pareció bien. Nos encontraríamos en un lugar más retirado. Según él más tranquilo para poder conocernos bien. Acepté.

Esta vez sería una reina. Sus fotos mostraban a un hombre no solo hermoso, su sonrisa y sus ojos me producían la sensación de ser adecuado para la ternura más erótica de mi vida. Fui a la mejor tienda de lencería y me regalé un conjunto hiper erótico. ¡Se volvería loco! Llegué a casa muy excitada. Me lo probé y no pude más. Busqué mis juguetes. Imaginándolo conmigo, tuve dos largos y magníficos orgasmos, pero con él serían aún mejores.

Esa noche tuve un hermoso sueño. ¡Éramos pareja! Me invitaba a un crucero. Luego estábamos en un gran barco. Imágenes bailando. También en nuestro maravilloso camarote. Me veía desnuda junto a él, amándole con locura. Me desperté maravillosamente bien. ¡Era el día!

La hora de la cita, me pareció un poco extraña por la hora, las tres de la tarde. El bar estaba desierto, igual que las calles a esa hora. Y al fin llegó. ¡Mucho más de lo que yo esperaba! ¡Tan lindo! Enseguida tomó mi mano y me propuso que no perdiéramos un minuto ¡Que lo había anonadado con mi belleza! Decidimos conocernos mucho más pero ya. Decidí darme solo un día. Vendría a casa al siguiente día.

Preparé un almuerzo liviano ¡tendríamos mucha actividad física! Le propuse la noche, dijo que tenía una reunión de trabajo. Yo deseaba despertarme en sus brazos y hacer el amor a la mañana. Pensé, bueno ya llegará el día.

Al fin llegó con unas rosas y una botella de vino y otra de champagne. Me abrazó besándome con la más dulce y húmeda pasión. Estaba maravillado, contento feliz. Le dije que yo aún más que él, que nos esperaban días maravillosos. Bebimos una copa de champagne y dijo las más maravillosas palabras que tanto había esperado

– ¡Almorcemos más tarde, quiero amarte ahora!

Lo llevé a la sala y dejé que me desvistiera. Fue tan dulce, tan tierno. Cada caricia hacía vibrar mi piel. Me susurraba al oído palabras por tanto tiempo esperadas. Besaba mi cuello, mis ojos, me quitó el sostén y se hundió en mis pechos, besándolos. Mis pezones apuntaban a su boca ávida. Me alzó en sus brazos y me depositó en la cama. Recuerdo esos momentos tan extraordinarios y aún lo deseo a pesar de lo que ocurrió.

Miraba su cuerpo desnudo, perfecto. Le acaricié con deleite. Saboreando cada lugar. Llegué a su miembro dándole todo lo que él esperaba. Luego fue mi turno. Su boca bajó y bajó. Con la perfección de un maestro besó el punto exacto. Les juro que grité tanto ese primer día. En la locura total le pedí que me follara. Me amó como yo quería y aún más, mucho más. Cuando estuvimos satisfechos nos quedamos abrazados un largo rato, diciéndonos hermosas palabras de amor.

Pasaron los días y cada dos jornadas nos encontrábamos en casa. Yo quería salir, mostrarles a mis amigas. Disfrutar su brazo en mi cintura. Ir a cenar y luego a bailar. Pero siempre pasaba algo. Él no podía. Sin embargo, su pasión era tan intensa, me daba tanto placer que yo acepté esa carencia. Me decía que era un hombre muy ocupado.

Estaba dispuesta a mostrar mi botín, tanto sufrir con Tinder y al fin era feliz, así que le tendí una pequeña trampa. Quedamos en encontrarnos en el bar de siempre. Alejados del centro de la ciudad. Lo que no sospechó es que yo a tres amigas las había citado en el mismo lugar.

Llegó el momento, mis amigas ya estaban en el bar y yo también. Al rato mi ángel apareció en la puerta, me vio se acercó. Me levanté y me abrazó con un beso largo y profundo. Mis amigas quedaron con la boca abierta. Asombradas por el hermoso ejemplar. Las presenté. Hablamos bastante. Lo que me llamó la atención fue verle un poco nervioso. Miraba constantemente a la puerta. De allí nos fuimos a casa.

Tuvimos una tarde más que fabulosa, amándonos, gozándonos, mirándonos. Yo no quería dejar la cama. Pasaría allí el resto de mi vida con él. Dándole todo mi cuerpo, ofreciéndome en cada momento de intimidad. Habíamos logrado un erotismo único. No solo era llevar a cabo el placer, hacer explotar nuestros cuerpos desnudos. Fue mucho más. Los juegos previos. La incitación, las palabras, los gestos, todo lo que ponía en ebullición a nuestra sangre.

Esa noche cada amiga me llamó, todas diciéndome la suerte inmensa que había tenido al encontrarle. Un hombre único, hermoso, seductor, dijeron. Yo enamorada como nunca me sentía la mujer más afortunada del mundo.

Después de dos meses de dicha se acercaba mi cumpleaños. Le pedí, como regalo, que me diese una noche y un despertar. Puso objeciones, pero al final aceptó. La noche llegó y luego de la cena me dijo -Esta noche tú no me darás placer, o sí, gozaré escuchando tus gemidos. Ese va a ser mi regalo. Nos desvestimos, amarró mis muñecas, con una suave soga, a un costado de la cama. -Si estás suelta intentarás darme placer, así que no me tocarás. Yo lo haré. Dijo.

Cerré los ojos, mientras escuchaba una música romántica. El roce de las sábanas me producía una sensación única. Él tomó una pluma y acarició mis pezones. Luego con su lengua. Yo le pedía abajo, abajo. Me hacía desear cada vez más. Cuando imaginaba que me tocaría, él me hacía esperar. Le suplicaba, le exigía y él reía. Así el deseo creció en mí hasta un límite nunca imaginado. -Te quedarás así por unos minutos. Dijo

Pasaba el tiempo y yo atada le reclamaba. Entró con una pequeña caja. -Es mi segundo regalo. Dijo. Lo abrió y un pequeño aparato estuvo enseguida entre mis piernas. Apenas lo introdujo en mi sexo. Lo colocó en el lugar justo. El juguete comenzó a hacer su trabajo. Sentía como me absorbía en ondas, vaivenes. El placer crecía en mi vientre. Temblaba. Todo mi cuerpo se sumió en un éxtasis profundo, maravilloso y único. Llegué al orgasmo más extraordinario de mi vida. Me desató y le dije -Hazme lo que quieras ¡soy tuya!

Despertamos por primera vez juntos. Disfruté aquella maravillosa y única mañana de mi vida, en que fui total y absolutamente feliz. No le dejé marchar. Le seduje, casi hasta hipnotizarlo con mi cuerpo, con mi voz, con mis manos. Le tuve casi cautivo, secuestrado, amándole con la pasión más asombrosa y desenfrenada. Al fin mi momento había llegado.

Le dije, que tenía dos pasajes para hacer un viaje de una semana. Estaba todo pago. Lo había ganado y quería que lo disfrutáramos juntos. Se negaba, ponía diversas razones de trabajo. Como aún faltaba un mes para la partida me decía -Vamos a ver, ten paciencia.

Faltaban solo quince días para la partida, que yo daba por segura. Pasaba noches enteras imaginando el viaje, la llegada, el hotel, las noches y mañanas juntos. Despertarme en sus brazos. Ser amada una y otra vez. Fue un tiempo de esperanzas y deseos. Mientras tomaba lo que él me daba, durante los días que nos veíamos.

Finalmente, un día me dijo -Nos vamos al viaje. Mi alegría no podía ser más grande. Le amaba con toda mi alma

Dos días antes del viaje habíamos almorzado en un restaurante, como siempre, lejos del centro. A él le gustaba la intimidad del lugar, su tranquilidad. Terminamos de comer y fuimos a buscar el auto. Pasaríamos la tarde, en mi apartamento.

El aparcamiento se encontraba a unos minutos. En segundos comenzó una lluvia torrencial. Él abrió su paraguas para protegernos. El viento nos empujaba de frente. Solo faltaban unos minutos y estaríamos a salvo en el auto. Apenas unos metros nos separaban de la esquina, a la vuelta se encontraba el parking.

Todo ocurrió en segundos, una mujer apareció a unos metros de nosotros. Él soltó mi cintura y se quedó petrificado. Luego gritó – ¡Mi mujer! Salió disparado, corriendo hacia la esquina opuesta. La mujer se acercó a mí. En ese momento el viento le rompió el paraguas. Me grito ¡- Zorra! Y salió a perseguir a su marido.

Destrozada llegué a mi apartamento. Lloré largas horas. Pero más vale que todo se haya descubierto a ser engañada durante más tiempo.

Fui al viaje sola, bueno sola no, llevé algunos juguetes y el que me regalara en mi cumpleaños. Tuve bastante tiempo para revisar Tinder. He hecho una lista. Hay algunos ejemplares disponibles. Veremos.

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