¿Cómo empezar la historia de Carmen y la mía? Quizás como tantas. La nuestra es apasionante y puede ser que tú, que lees estas líneas, encuentres que también puede vivirla. Descubrirte a sí misma y lanzarte a la vida y al placer puede ser sublime, hermoso y al fin liberador.
Conocí a Carmen desde pequeña, crecimos juntas y fuimos a los mismos colegios. La vida nos fue llevando, como un río, con la dicha de carecer casi de problemas. Intimas amigas. Cada una conocía los secretos profundos de la otra.
Nos contábamos todo, bueno casi todo, pero claro teníamos que descubrirlo primero y aceptarlo después. Eso nos cambió la vida totalmente. Creímos durante muchos años que cada una había logrado la vida perfecta.
Carmen llevaba diez años casada con Martín y yo nueve con Matías. Compartíamos todo. Nuestros maridos, buenas personas, nos trataron siempre bien. Ellos también son amigos muy cercanos. Carmen tuvo dos hijos y yo una hermosa niña. Pasaban los años, vacacionábamos juntos. Martín y Matías son socios en una empresa propia. Nunca tuvimos problemas económicos. Y así transcurrían nuestras dichosas vidas, eso creíamos.
Fue en febrero. Carmen y yo decidimos pasar tres días en Madrid. El frío apretaba. Habíamos elegido un pequeño pero coqueto hotel. Comenzó a llover y regresamos temprano. Cenamos en el alojamiento. Quizás las circunstancias, la noche, la cena, el vino exquisito, con un leve sabor de frutos rojos y la música romántica que alguien tocaba maravillosamente un piano, preparó el momento.
En verdad, fue mucho antes, cuando ambas, siendo adolescentes, nos contamos un secreto. Nuestros padres nos habían llevado al campo de unos amigos. Tenían hijos de nuestra edad. Como es obvio ellos revoloteaban a nuestro lado. Sin embargo, Carmen y yo les prestábamos poca atención. Lo recuerdo, como si fuese ahora, nos habíamos alejado cabalgando. Al borde de un arroyo nos sentamos. Allí, ella con lágrimas en los ojos me confesó que le gustaban los varones, pero también las mujeres. La abracé con mucha ternura y nos besamos profundamente. Fue hermoso y así quedó sellado un simple pero fundamental beso.
Así pasaron los años hasta aquel febrero en Madrid. La cabellera pelirroja de Carmen brillaba bajo las luces tenues y sonreía. Yo miraba y amaba esa sonrisa blanca y fresca. Su mirada siempre llena de luz. Y esos ojos enormes, color de almendra. Imaginé muchas veces que querían decirme algo que nunca se pondría en palabras. Esa noche volvió a pasar, pero fue mucho más intenso.
Cada vez que eso ocurría yo trataba de no pensar. Creía que no era correcto. Fantaseaba con ella y me sentía mal por ello. Entonces recordé aquella tarde en el campo, siendo jóvenes. Antes de terminar la cena me miró y sus ojos cambiaron. No estaba alegre. Algo había ocurrido. Se calló. Le pregunté que le pasaba y solo me respondió el silencio
Subimos a la habitación. Se sentó en la cama con la mirada hacia el piso. Su breve vestido rojo insinuaba explosivamente su cuerpo perfecto. Entonces alzó la mirada y vi lágrimas en sus ojos. Me senté a su lado y la abracé. Le pregunté que le ocurría y en sus ojos encontré la respuesta. Con un hilo de voz me preguntó ¿aún no lo sabes?
Entonces un sol rojo nos envolvió. Nos besamos apasionadamente. Le quité su vestido y dejé caer al suelo el mío. Aquel abrazo inconcluso, tantos años atrás, regresaba. Todo fue perfecto. Con temor al principio y desinhibidas después, unimos nuestros cuerpos de muchas formas. Cada una quería darle a la otra, todo el placer tantas veces reprimido.
No hubo palabras, no hicieron falta. Nuestros sentidos extasiados se abrían, burbujeaban. No callamos los gemidos, los dejamos que nos excitaban aún más. Cada una explotó muchos más. Llegábamos juntas a cada clímax y volvíamos a comenzar una y otra vez. Fue una larga noche.
Exhaustas, abrazadas, felices, al fin había sucedido. Nos bañamos juntas. Ninguna hablaba. Fui yo quien, abrazándola con toda mi ternura le pregunté
– ¿Qué vamos a hacer? Amábamos a nuestros maridos, gozábamos intensamente con ellos. Ahora sumábamos la felicidad que tantas veces nos había rondado. Carmen dijo -Vamos amarnos en cada momento que podamos. ¿Pero y nuestros esposos?
No queríamos mentirles. Si les contábamos casi con seguridad uno o los dos matrimonios se terminarían. Esperaríamos. Pasaron meses escondiéndonos. En su casa o en la mía, nos amábamos casi con desesperación. Temíamos que nos encontraran juntas. El cariño profundo, que cada una sentía por la otra, fue más fuerte que el peligro.
Una primavera nuestros maridos se fueron de pesca. Volverían tres días más tarde. Nosotras hicimos lo mismo. Nos fuimos a un pequeño pueblo en la montaña. ¡Estábamos tan felices! Viajamos en su auto. El viento encendía como fuego su cabellera. Yo la amaba más allá de todo. Acaricié su pierna.
-Detengámonos. Dijo.
Aparcamos bajo unos árboles. El silencio fue interrumpido por el viento. Allí en la soledad del camino la tomé en mis brazos. Reclinamos las butacas. Nos acariciábamos felices, dichosas, únicas y libres. De pronto el cielo se oscureció. Una cortina de agua hizo desaparecer el campo y las montañas lejanas. El sol se fue para nosotras, haciendo más íntimos esos momentos tan plenos.
El agua dio paso a pequeños granizos. El árbol apenas nos protegía. Golpeaban martillando el techo del automóvil. Bajé mi mano por la pierna de Carmen. Temblaba al roce. Subí hasta su braguita. Mis dedos revoloteaban humedeciéndola. Gritaba encendida de placer, pero solo yo podía escucharla. Luego fue mi turno. Su boca abrió en mí el placer más sensual que haya sentido.
La lluvia cesó. Un sol indeciso tardó en iluminar nuestro maravilloso amor. Seguimos viaje inmensamente felices. La luna había comenzado su ruta en el cielo. Más tarde llegamos a nuestro alojamiento.
A la mañana nos despertamos hambrientas. El desayuno nos esperaba. Carmen abrazándome, con una sonrisa cómplice dijo -Todavía no. Dormíamos desnudas, libres. Deslizó su lengua tibia por mi piel. Bajando y bajando hasta colocarse entre mis piernas. Exploté varias veces. Llena de pasión, la besé con tal frenesí que ella, llorando de alegría, exclamó – ¡Cuánto me amas! Así transcurrió aquella mañana.
Salimos a caminar hasta el pueblo cercano. Bajamos por un pequeño sendero, bordeado de pinos. Nos cruzamos con algunos lugareños. El pueblo muy antiguo, data de la Edad Media. Sus angostas calles serpentean hasta desembocar en una plaza de brillantes adoquines. Algunas tiendas ofrecen recuerdos para los ocasionales turistas. Espadas, dagas, trabajos de orfebrería y recuerdos.
El día avanzaba y se hacía caluroso. Nos sentamos en un pequeño restaurante. Carmen vestía una camisa blanca y una corta falda azul. No dejaba de mirarla extasiada. Sentía necesidad de sus manos, de su boca. Su cabellera roja flotaba por la suave brisa. Parecían llamas que encendían mi deseo. Me miró con los ojos llenos de alegría. Puso su mano debajo de mi falda, sin darse cuenta donde estábamos.
Una mujer de quizás cuarenta y tantos años, atendía las mesas. En ese momento solo estábamos nosotras. Carmen retiró rápido su mano. La mujer entendió el gesto en el instante. Noté una mirada cómplice. Turbadas hicimos el pedido y almorzamos felices.
Cuando pagué, la mujer me pidió que la acompañara para mostrarme algo. Entré en una habitación. Una foto mostraba un castillo. Me dijo – ¡No pueden perderse la visita! yo soy la cuidadora. En él alquilamos habitaciones, pero ahora no hay turistas. Sin pensarlo mucho, le agradecí y quedamos en ir a la tarde. No era lejos de nuestro alojamiento. Un sendero, en dirección contraria al pueblo, nos conduciría al castillo.
Mientras regresábamos le conté a Carmen la invitación. No estuvo muy segura. Le dije que sería divertido ¡Un castillo solo para nosotras! Lo que guardé para mí fue lo que ocurrió antes de salir de la habitación de Lucía, así se llamaba. Me había tomado por la cintura y sin decir palabra apoyó su boca fresca en mis labios.
No imaginaba lo que pasaría, pero me divertía. Así que, sin decir palabra, sin contarle a Carmen, seguí el juego y esperé que Lucía hiciera su movimiento.
Se había hecho tarde, dejamos la visita al castillo para el día siguiente. Llamamos a Lucía y estuvo de acuerdo. Esa noche Carmen con extrema dulzura me abrazó desde atrás, mientras besaba mi cuello. Un calor tibio corrió desde mis piernas. Trepaba, como queriendo excitarme. Y así fue. Le di la vuelta. Jugué con su pelo. Besé sus ojos y penetré en su boca ávida de mis besos.
Minutos después se dejaba desvestir. Jugaba con ella lentamente, prolongando el momento. La recosté. Se acomodó en el centro de la cama, aun con su braguita. Me encantaba verla así, perfecta, sumisa, esperando para entregarse en toda su plenitud. Descansaba con los ojos cerrados, le quité su diminuta braguita rojas. Tomó mi cabeza sobre su vientre. Me acariciaba el pelo, mientras decía – ¡Soy tan feliz!
Yo esperaba mientras sentía el roce de su estómago en mi cara. Comenzó a jugar con mi pelo, mientras mi cara se humedecía. Luego dijo, -Házmelo, por favor házmelo. Y así, mientras yo también sentía la humedad y el deseo, la besé lentamente, mientras ella gemía enroscando sus dedos en mi pelo.
Respiraba agitadamente. Nos abrazamos besándonos con la pasión más profunda. Me miró mientras secaba mis lágrimas. – ¿Por qué lloras? Me preguntó. ¡Le dije, -no puedo más! ¡Ámame! Se subió encima, frotándose su sexo en el mío. Nos colocamos en la posición donde nos producíamos más placer. Así jugamos. Llegué al clímax. Seguí moviéndome para que ella también lo hiciera. Finalmente dio un gemido largo y profundo. La abracé temblaba. Las dos llorábamos de alegría.
Nos dormimos así juntas y felices. Nos despertamos con hambre. Antes de cenar nos bañamos y ese fue otro juego fantástico. Ella deslizaba la esponja en mi espalda, en mis pechos. Me llenaba de espuma riendo. Otra vez me excitaba. Dijo -Es hora recuéstate. A lo largo de la bañera me tendí. Enjabonó mi sexo y muy lentamente me depiló. Riendo dijo -me gusta sentir solo tu piel en mi boca. Luego fue su turno.
Por la mañana, luego de disfrutar un largo rato en la cama nos levantamos. Desayunamos. Saboreaba una tostada untada con mantequilla y dulce de fresa. Cerré los ojos sintiendo el dulzor. Carmen me preguntó qué me pasaba. Le dije – siento fresas, prados rojos, caminos entre la hierba. Cielos celestes. Te siento a ti profunda y maravillosamente. Se levantó y nos besamos. ¿Puede haber algo más hermoso?
A las diez de la mañana partimos hacia la nueva aventura. Llevamos un pequeño bolso con algunos alimentos, por si fuesen necesarios.
El camino corría bordeado por un cerco de piedras. Cada tanto, pequeños bosquecitos nos ofrecían su fresco. El sol se hacía sentir. Nos sentamos bajo unos cipreses. Extendimos un mantel en el piso y tomamos un refrigerio. Carmen miró en distintas direcciones. -No se ve a nadie. Dijo. Sonrió, mordiéndose suavemente el labio bajo. Imaginé su intención. Allí mismo, en plena naturaleza nos desnudamos una a la otra. Nos hicimos tiernamente el amor.
A las doce del mediodía, cuando terminábamos de subir la última cuesta, apareció el castillo. Quedamos pasmadas. No imaginábamos algo tan grande. Le dije a Carmen – ¡estamos en otro tiempo! Falta que venga alguien a caballo con armadura a recibirnos. Ella riendo dijo -Se asustaría, le mostraría mi móvil con lo que grabé anoche. – ¿Nos grabaste? – ¿Sí, me encanta vernos cuando no estás? dijo. Le pregunté – ¿Y te excita? -Sí y mucho, cuando juego conmigo.
Detuvimos el automóvil. No podíamos creerlo. Tendría por lo menos cinco o seis hectáreas. Sus paredes superaban los veinte metros. Remataban en almenas. En el centro se erigía una torre alta con un techo cilíndrico. En lo alto flameaba una enorme bandera.
– ¡Solo faltan los caballeros con armaduras ¡es increíble! dijo Carmen. Alguien galopaba hacia nosotras. Cuando se acercó vi a Lucía, con sus cabellos al viento. Se detuvo a nuestro lado mientras de un salto bajaba del animal.
– ¡Bienvenidas a 1726! ¡Apaguen sus móviles, la historia las espera! Dijo. Sin decir palabra la seguimos, mientras ella galopaba delante de nosotras.
Aparcamos y estuvimos frente al inmenso castillo.
No le faltaba nada. Hasta el foso con agua y un puente colgante. Carmen dijo
-Espero que no haya cocodrilos. Riendo Lucía mencionó que ella se bañaba en verano en las aguas que se conectaban a un arroyo cercano. Cruzamos el puente, sostenido por dos enormes cadenas. Pasamos por un largo pasadizo y llegamos a un enorme patio. Todas las películas que había visto de época estaban allí.
La seguimos hasta la entrada principal. Le preguntamos cómo tenía acceso a esa maravilla tan bien conservada.
-Fue de mi familia y ahora la administro yo. Dijo. Cómo no es época de vacaciones estamos solas. Se dio vuelta y me hizo una sonrisa cómplice. La sala principal tenía unas dimensiones inmensas. Poco mobiliario había sido colocado en los rincones. Grandes tapices cubrían las paredes. Y así comenzó el recorrido.
-Hoy y mañana, si quieren quedarse, seré toda para ustedes y podremos disfrutar todo sin molestias. Nadie vendrá, salvo a preparar las comidas y luego se irán. La cocina cuenta con todo lo que necesitemos. Carmen y yo nos miramos desconcertadas. Era demasiada suerte.
Comenzamos la visita. Carmen, como siempre curiosa, se adelantó. Lucía le dijo que no se perdería, el paseo tenía marcado el camino a seguir. Pronto desapareció. Nosotras caminábamos más lentas. Mi anfitriona dijo sin más
-Ustedes son pareja. Le dije que sí, pero que era un secreto. Rozó mi mano, hasta que, en una vuelta, de una de las galerías, abrió una puerta y me hizo pasar.
Era un dormitorio, todo era lujoso. Me acercó a una de las paredes. Me acarició el pelo, yo temblaba. -No temas, eres tan bonita. La dejé hacer, estaba terriblemente excitada. Puso su mano debajo de mi falda. Recorrió la parte superior de mis piernas. Llegó a mi braguita. No pude más y la besé. Fue un beso largo profundo y hermoso. Presionaba mi braguita y comencé a gemir. Entonces la dejé hacer. Introdujo su mano y me acarició tan tiernamente, Llegué al orgasmo enseguida. Sin más, dijo- Sigamos.
Entramos por una pequeña puerta escondida. Agachadas corrimos por unos pasadizos. Salimos al corredor principal. Segundos después apareció Carmen.
-Me habéis asustado, sola en esta inmensidad. -Tranquila. Le dijo Lucía. Yo estaba segura que se había dado cuenta de algo. -Estás colorada. Me dijo. Seguimos el recorrido. Llegamos a una sala muy grande. Varios sillones se encontraban diseminados. Y un gran bar, repleto de botellas, invitaba a un trago. Lucía fue detrás de la barra y nos sirvió unos exquisitos cócteles.
Era el lugar preferido de los turistas. -Suele estar repleto, ahora lo tienen todo para ustedes. Descasamos un rato y luego seguimos el recorrido. Yo caminaba adelante. Me detuve frente a una gran puerta. Pregunté que había allí. Lucía me dijo que se encontraba la gran biblioteca. -Puedes recorrerla, vale la pena. Nosotras seguiremos adelante, búscanos después. Me miró guiñando un ojo. Comprendí que quería tener para sí a Carmen y yo no iba a impedirlo.
Lo que pasó luego, Carmen me lo contó con todos los detalles. Lucía la llevó a una sala muy especial. Entraron y cerró la puerta. -Esta sala es la erótica. Dijo. Efectivamente era una tienda de juguetes de todo tipo. Carmen asombrada revisó mucho de ellos, mientras Lucía le explicaba. Una gran cama redonda invitaba a recostarse. Carmen se dirigió hacia la puerta. Lucía se acercó a ella y le regaló la más sensual sonrisa que pudo.
Lucía se le acercó y enroscó sus dedos en sus cabellos. Ella quedó petrificada, pero sin resistencia. -Va a ser hermoso, no temas, tu amiga lo ha probado. Carmen, muy excitada, se dejó llevar hasta la cama. Lucía tomó un pequeño juguete. Buscó debajo de las faldas y presionó sobre la braguita. Un fuego corría por su piel. -Bájala. Le pidió Carmen. Sintió una mínima penetración. Entonces los fuegos artificiales explotaron junto a sus gemidos. Sentía una suave presión sobre su clítoris. Lo absorbía una y otra vez. Con mucha ternura Lucía la abrazó besándola. Un rato después salió de la habitación.
Yo me encontraba en el bar, disfrutando de un trago. Las vi venir. Carmen se me acercó abrazándome. Le dije -Estás colorada. Bajó la vista. Lucía dijo – Se hace tarde, se quedarán a dormir aquí. Nos traerán la cena. No se arrepentirán. Estuvimos de acuerdo ¿Qué nos faltaría aún por vivir? Y faltaba
-Vayamos al salón de los banquetes, están por servir la cena. ¡No podíamos creerlo! Era la sala de un rey. Una mesa larguísima, con decena de vajilla puesta nos esperaba. Nos sentamos juntas, en una esquina. Dos personas trajeron varias bandejas. En exquisitas copas de cristal disfrutamos del mejor vino. Le pregunté a Lucía cómo podríamos agradecerle todo lo que hacía por nosotras. Simplemente, dijo -aún falta mucho por ver.
Luego del café nos propuso seguir el camino. Ingresamos a una pequeña habitación. Se sentó en la cama. Nos miró con tristeza. – Nos dijo ¿pueden perdonarme, estoy sola y ustedes me han excitado tanto ¿no se enojan si me satisfago? Nos miramos con Carmen ¿Qué podíamos decirle? Fuimos hacia la puerta para dejarla sola. Con lágrimas en los ojos nos pidió -No se vayan.
Se desvistió, acostándose. Nos pusimos a su lado. Tomó un vibrador me miró con unos ojos tan bonitos, casi implorándome. Me desvestí -Tú también. Le dije a Carmen. Mientras yo la penetraba con el juguete, Carmen besaba sus pechos y su boca. Lucía gritaba en cortos alaridos. Todas estábamos hirviendo de deseo. Cada una amó a la otra. Fue una larga y maravillosa noche.
A la siguiente mañana nos despedimos. Nos prometió visitarnos en nuestra ciudad, luego del verano. La seguimos esperando. Cada tanto fantaseamos con volver a aquel magnífico lugar.
Regresamos a nuestras vidas. Cuando podemos nos encontramos con Carmen. Tenemos un pequeño apartamento que alquilamos para las dos. ¿Nuestros maridos? Todo sigue igual Los seguimos amando. El tiempo es lo único que fluye sin cesar. No hay forma de comprarlo o detenerlo. Vamos a disfrutar todo lo que podamos.
Se preguntarán por nuestros maridos. No tenemos necesidad de contarles. Seguramente existen muchas mujeres como nosotras, quizás con temor o dudas y hasta remordimientos. La vida es corta. No hay que lastimar a nadie, pero hay que ser feliz y a veces la vida nos ofrece momentos mágicos. ¿Por qué no aprovecharlos?
He contado todo esto para aquellas mujeres que tal vez sientan como nosotras y puedan lanzarse al placer. Quizás no todas se animen. Cada una es artífice de su propio destino. Lo triste sería, algún día mirar para atrás y decirse ¿Por qué no lo hice?