El castillo de mis sueños

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El intercambiar parejas requiere de un carácter y una estabilidad mental que no todas las personas pueden tener o estar dispuestas a aceptar. Si decides intentarlo esta historia y la información técnica podrán ayudarte.

Sí, esta aventura no es para cualquiera, pero mi marido y yo la aceptamos. Es un tema no apto para quien no tenga una mente abierta. El mundo swingers es fascinante. El intercambio de pareja es una práctica en la cual los componentes de una relación mantienen sexo con otras personas, que a su vez también son pareja, de mutuo acuerdo. Sabíamos que debíamos estar de acuerdo, si no correría riesgo nuestra estabilidad como pareja.

Déjenme aclararles que, David, mi esposo es un amante muy bueno, más que perfecto. Y yo le doy el fuego que él necesita. Hablar sobre entrar en ese mundo no fue por aburrimiento ¡No, para nada! Pensamos que, a nuestros cuarenta y cinco años, tenemos la misma edad, debíamos ir más allá para reforzar nuestra pareja y tener una vida sexual más plena.

Durante un viaje que hicimos en un crucero, hablamos del tema. Lo estudiamos y nos dijimos ¡estamos enamorados ¿por qué no?! Nos lanzamos a la búsqueda de información. Páginas webs dedicadas a los swingers, grupos, asociaciones y locales de reunión, entramos en varias webs. Finalmente descubrimos una propuesta que nos impactó. Una reunión en un castillo medieval. La organización la hacía un grupo especializado. Todas las opiniones sobre otras similares, hechas por ellos, eran buenas.

Pasaron varios días hasta que una noche, cuando David me estaba haciendo el amor abrió sus ojos y yo los míos. Me dijo -Quiero que disfrutes con otra persona. Que goces. Y luego cuando volvamos a disfrutarnos, todo será aún más intenso. Eso me hará feliz. Entre mis gemidos le dije -Y yo a ti. No hizo falta más. Nos anotamos en el grupo.

Debíamos viajar un día para llegar al castillo. Es uno de los mejores conservados de Europa. Y comenzó el viaje. ¡Estábamos tan excitados! No parábamos de hablar. Me decía -Te van a hacer el amor. Vas a gozar tanto y cuando volvamos vas a contarme. Yo le decía ¡No! – ¡Si, si, cuando hagamos el amor quiero oírlo, me enloquece solo pensarlo! Yo le preguntaba ¿Y tú me contarás? Nos reíamos, felices dichosos de amarnos tanto y darnos tanta felicidad.

Después del mediodía, un cartel anunciaba un motel a unos kilómetros.

-Pararemos y dormiremos allí, quiero amarte esta noche, antes que otro te disfrute. – ¿Estás celoso? Le pregunté riéndome. -No, estoy ardiendo por tenerte desnuda, pararía el auto ahora mismo y te amaría aquí. Tuvimos un maravilloso día, el último juntos durante una semana, pero en ese momento no lo sabíamos.

En la mañana siguiente continuamos viaje hacia el destino que tanto nos excitaba. Hacia la tarde llegamos finalmente al castillo. ¡No podía creerlo! Enorme, con sus almenas y la torre en lo alto. Aparcamos el auto y nos dirigimos a la entrada, un enorme puente levadizo sobre un rio. Una mujer alta, rubia, de cabellos lacios y con un antifaz nos recibió a todos. A su lado otras mujeres jóvenes y varios hombres, todos con sus antifaces, la secundaban.

Llegamos junto a un pequeño grupo. Todos los demás ya habían llegado y estaban alojados. La anfitriona nos saludó, dándonos una cordial bienvenida. Ingresamos al patio del gigantesco castillo. Una gran mesa repleta de bocadillos y botellas de champagne había sido preparada para el grupo.

La anfitriona nos explicó que cada uno de nosotros, individualmente y sin nuestras parejas, se alojaría a solas en habitaciones individuales. Tampoco volveríamos a conversar con nuestros esposos hasta el final del juego. Encontraríamos todas las indicaciones en una carta, en nuestros dormitorios. También debimos dejar los móviles. Lo que no extrañaría en absoluto ¡Me esperaban tantas cosas!

Mientras disfrutaba de la bebida pude cambiar algunas palabras con las personas que allí estaban. Luego sabría que, salvo en las comidas y en las excursiones, que se habían programado, no hablaría con nadie. Y eso obedecía a una razón. El juego estaba bien pensado y ¡aún no empezaba!

Me despedí de mi marido y me acompañaron hasta a mi habitación. ¡Vivir en un castillo medieval para tener sexo! No podía creerlo. Pasé por un pasillo que se abría en muchos más. Escaleras trepaban a la parte más alta. Imaginaba unos cientos de años hacia atrás, en ese mismo lugar. Cerré los ojos y pude sentir el peso de los siglos. Quizás entonces estarían preocupados por sobrevivir, resguardados por la piedra. Tanto tiempo después esa construcción magnífica iba a ser un centro de sexo. ¡Eso es vida!

Me dejaron en mi habitación, era pequeña. Una cama doble, alta, con cuatro columnas y un techo de tela. Una pequeña ventana dejaba observar el campo a lo lejos y un bosque. Nadie vendría a atacarnos, o sí, un maravilloso ejemplar para hacerme vibrar de placer. Los gruesos muros no permitirían que mis gemidos fuesen escuchados. ¡Qué excitada estaba!

Deshice mi equipaje. Llegaba la noche. A las veinte y treinta horas alguien vendría a buscarme. La cena esperaba. Me puse el vestido más sexi que tenía. Me arreglé como una diosa. Iba a mostrarme y ¡cómo! Sería una maravillosa semana. No le di importancia al sobre que habían dejado sobre la mesa. Llamaron a la puerta y me quedé sorprendida. Una joven mujer con su respectiva máscara me entregó un traje, mejor dicho, una túnica blanca. ¡Todos iríamos con la cara y cuerpo tapados!

En el gran salón habían separado las mesas. Cada una para cuatro personas. Habían mezclado a todos. Además, con las caras cubiertas nadie era reconocible. Tampoco pude ver dónde se encontraba mi esposo. En la mesa me enteré de la dinámica de la reunión. Las reglas eran estrictas. El objetivo era no relacionarse, fuera de la noche de sexo, con nadie. Habría excursiones fuera del castillo, durante el día. En cada salida el grupo, siempre pequeño, sería con diferentes asistentes. Alguien a mi lado comentó que incluso durante los contactos entre parejas nunca sería con la misma persona. Serían al azar, pero controlando para no repetir con la misma persona.

Después descubriría que tampoco podríamos darle a alguna persona, que nos gustara, nuestros números de móviles. No había forma de anotarlos. Sin móviles, ni papel, ni bolígrafos. Pero hecha la ley, hecha la trampa. ¿Y si alguien me gustaba? ¿Y si quería, cuando terminara la reunión encontrarme con esa persona?

Uno de los preceptos del cambio de parejas: nunca repetir con una persona fuera de la pareja la relación. El objetivo es claro: evitar que la propia pareja se termine por un tercero. Evitar enamorarse de otro u otra.

Después de la cena fui a mi habitación. Estaba tan excitada ¡y aún debería esperar! Debo confesar que nunca viajo sola. El placer es lo primero. Si no está mi marido disponible igualmente necesito satisfacerme. Así duermo, bien y me despierto mejor. Quizás no todas las mujeres sepan la importancia que tiene el placer sexual para la salud. Así que busqué a mi amigo preferido, me desnudé y a ¡jugar!

El desayuno fue servido en cada habitación, era claro que intentaban mantenernos alejados para que, cuando llegara el momento de la verdad, todo nuestro potencial sexual estuviese disponible, cómo una bomba a punto de estallar. ¡Faltaba tanto para la noche!

Nos reunieron por grupos y cada uno montó en un vehículo. En el mío fuimos cuatro hombres y una mujer. No podía imaginarlo, pero una persona de ellas cambiaría mi vida para siempre. Alcanzaría lo máximo que la vida puede ofrecerle a una persona. Comprendería, mucho después, que disfrutar del sexo puede ser infinitamente más inmenso. Si la unión lleva a vibrar en la misma frecuencia, si se desarrolla el amor y comprensión íntimamente, no hay límites para el disfrute físico.

Estaba allí, un nuevo camino me esperaba. El azar, o quizás la vida misma me ofrecería el mejor de los regalos. De mí dependería tomar ese tren que estaba por pasar. Paseaba por un pueblo medieval, cercano al castillo, observaba a los hombres y a las mujeres. Los imaginaba siendo mis compañeros esa noche. Miraba sus cuerpos, sus ojos y me encendía. No quería esperar. Si hubiese estado sola me hubiese dado unos buenos mimos para apaciguar el ardor.

Al fin regresamos. Descansé. Necesitaba estar plena y espléndida, faltaba tan poco. Me retiré de la cena en cuanto terminaron todos. Una hora más tarde alguien golpearía a mi puerta. Podríamos gustarnos o no, pero habría sexo. Llegaría otras noches y otros hombres. Probaría cada boca, disfrutaría cada abrazo. ¡Lo deseaba tanto!

Hoy, después de haber pasado tiempo desde aquella aventura, reflexiono que en ese momento nunca pensé en mi esposo. Bueno solo una vez. No estuve celosa. Lo amo y lo seguiré amando, a pesar de esta nueva vida que ahora tengo. ¿Se pueden amar a dos personas tan distintas? Casi una pregunta filosófica.  ¡Sí se puede! Quizás no es para todas. No teman. ¡Soy tan feliz!

Confieso que a medida que la hora se acercaba mi corazón latía apresurado. Quería estar tranquila, lista, perfecta. Cuando tres golpes sonaron en la puerta respiré hondo. Estaba a punto de abrir la puerta y ocurrió ¡se cortó la energía eléctrica en todo el castillo! Abrí la puerta en la oscuridad más absoluta. ¿Quién estaba allí? ¿Cómo sería? Él habló primero. ¡Reconocí su voz! No podía creerlo, era mi marido.

¿Cómo puede el azar equivocarse tanto? Tratando de no reírme puse otra voz (soy muy buena para las imitaciones). Él dijo – ¿Puedo pasar? Le dije que lo llevaría hasta la cama. Lo tomé de la mano y para que no se golpeara lo conduje. Lo abrasé con mucha ternura y le dije vas amarme soy toda tuya esta noche.

Me dirán ¿por qué no le dije? ¿qué me hizo seguir la farsa? Es que yo estaba tan excitada, imaginé que él me haría el amor de otra manera. Como dije, igual faltaría muchas noches aún y probaría otros brazos. Lo dejé hacer.

Anunciaron por megafonía que el corte de energía se extendería por tres o cuatro horas. Pedían disculpas. Por la pequeña ventana solo entraba una mínima luz. Nos veíamos en sombras. No podía reconocerme. ¡Y comenzó el juego!

Me susurraba al oído barbaridades eróticas que me maravillaron. Yo le respondía con otras similares. ¡Estaba desbocado! Sus besos parecían diferentes. Exploró mi cuerpo con su boca en cada centímetro. Yo lo hice con él. No fuimos matrimonio en esos hermosos momentos. Fuimos dos maravillosos amantes. Estuve a punto de decirle ¡soy yo! Pero no quise quitarle la magia a esos momentos hiper eróticos.

Las que lean dirán ¡pero que tonta, pudiendo hacerlo con otros hombres, lo hizo con su marido! No, no fue así, Y nos sirvió a los dos. Cada cosa que nos dijimos y nos hicimos, esa noche, nos sirvió luego en nuestra vida diaria. Algunos de los juegos los pusimos en práctica. Y nos han servido maravillosamente. Nuestra pareja ha crecido mucho más.

Así transcurrió esa noche, En el desayuno, siempre con distintas personas, observaba las caras de las mujeres. Todas mostraban una satisfacción, única. Tanto las introvertidas, como las más habladoras. Me encantaba el ambiente.

 ¡Si hubiesen sabido que mi amante nocturno había sido mi marido y no lo sabrían! Yo reía para adentro. Me sentía poderosa. Dueña de mí misma. Capaz de enfrentar cualquier situación. Feliz.

Esa mañana al grupo que me asignaron no saldría del castillo. Lo recorreríamos totalmente libres. Podríamos hacerlo juntos o en parejas. ¡Estábamos libres! Fui rápida, elegí yo primera. Me dijo que se llamaba Eric. ¡un finlandés más alto que yo! Imaginé que no tendríamos sexo ¿pero ¿quién podía evitarlo si deambulábamos solos por donde quisiéramos?  

Primero fuimos al bar, hablamos un largo rato, haríamos la caminata y luego lo invité a mi habitación. No perdería la oportunidad. Estuvo de acuerdo. Me dijo que le encantaba y él a mí. Lo que no imaginaba es lo que pasaría, antes de llegar a mi habitación y mucho más excitante.

Caminábamos por uno de los interminables pasillos. El me llevaba de la mano. Grandes cortinados cubrían las paredes. En la antigüedad se protegían del frío, era una manera de tapar la piedra. Entonces vimos cómo se movía uno de los cortinados. Lo corrimos y descubrimos otro pasillo más angosto que terminaba en una escalera. Dispuestos a ver que ocultaba bajamos.

Las lámparas estaban dentro de las antiguas antorchas. La iluminación era muy pobre en ese sector. Descendimos un buen rato, hasta que encontramos una puerta ovalada. ¡No podíamos creerlo! Como en una película estaba repleta de aparatos y juegos sexuales, no a pilas, claro. Mi compañero me miró y me dijo

– ¿Jugamos? ¿Qué más podía pedir?

No faltaba una gran cama. Me desnudó lentamente, dejándome la braguita. El juego sería largo y lento. Pactamos una estrategia que jamás había hecho. Llevar erotismo al máximo. Dejé que besara mis pechos, mi estómago. Me llenó de caricias y yo a él. Y comenzó lo maravilloso. La entrega total.

Del techo colgaban dos tiras de cuero. Permitían extender los brazos. Me sujetó las muñecas y luego los pies. Me sentía presa, sujeta a sus caprichos, su víctima y a la vez el fuego del placer corría por todo mi cuerpo. Se puso enfrente mientras desnudo, su sexo crecía rozándome. Produciéndome caricias que me mojaban. Les juro que sin haberme tocado el sexo grité al primer orgasmo. La mente puede obrar maravillas.

Después buscó una imitación de un látigo y dijo -Ahora voy a azotarte. Le pedí que lo hiciera. Sentía una y otra vez el suave roce del “látigo”. Le pedí que me soltara. Dijo -No, te quedarás así. Bajó mi braguita, arrodillándose besó cada centímetro de sexo. Le grité – ¡Ámame, ámame! Fue maravilloso. La cama nos cobijó toda esa tarde que nunca olvidaré. No podrían encontrarnos. Habíamos burlado al sistema. Regresé feliz a mi habitación.

Descansaba pensando la extraordinaria suerte que había tenido. Y hasta donde el placer puede crecer hasta un punto increíble. El lugar, la persona, los nuevos juegos, la entrega lenta, deseada imperiosa, dejando volar a la imaginación, puede hacer milagros. ¡Yo lo había descubierto! Un nuevo mundo de sensaciones y posibilidades estaba ahora a mi alcance.

Llegó la noche y la cena y otra vez debería entregarme a alguien distinto y disfrutarlo. Había descansado. Mi cuerpo pedía más. Y estaba preparada como nunca. Ávida esperando, pero haría un cambio. Jugaría una nueva carta. Sería la primera vez en mi vida.

Antes de ir a cenar hice el cambio. Nos proponían que el que quisiera probar con una persona del mismo sexo solo tendría que colgar del pasador de su puerta un pequeño cartel. Azul para los hombres. Rojo para las mujeres. Mientras cenaba, reía en silencio. En la puerta había dejado un cartel rojo.

¿Qué pasaría esa noche mágica? ¿Quién vendría a tocar mi puerta? ¿Cómo sería? ¿Me gustaría? Lo que no podía imaginarme es que mi vida cambiaría para siempre. Que encontraría un maravilloso y nuevo camino.

Esperaba en mi habitación. Solo faltaban unos minutos y a la hora exacta tres golpes sonaron como dos campanadas surgidas desde tiempos antiguos. Abrí la puerta y ella estaba allí mirándome con una sonrisa que iluminaba la noche. Me enamoré casi instantáneamente. No necesito describirla. Hablamos un largo rato, contándonos nuestras vidas. Ella también estaba casada y feliz con su marido. ¡Somos tan parecidas!

Pusimos una música romántica mientras nos decíamos ¡es mi primera vez! La acaricié con la pasión que solo dos mujeres pueden brindarse. Nos desvestimos excitadas, pero con cierto pudor al principio. Luego todo fluyó como estar flotando en un río de aguas claras.

Todo ocurrió en la certeza maravillosa de habernos encontrado. Necesitábamos conocer nuestros cuerpos. Ella se quedó tendida mientras yo recorría su piel y le susurraba palabras hermosas.

Sí, fue una larga noche de descubrimientos. Comprendimos que éramos capaces de llegar más lejos que nunca. La hice gritar una, dos muchas veces y luego ella a mí. No hay forma de poder dar las gracias por ese viaje ¡Soy tan feliz! Antes de despedirnos nos dimos cuenta que el juego del castillo estaba diseñado para que no pudiésemos vernos otra vez. Ella riendo sacó su lápiz labial y tomó mi brazo. ¡Ese es mi número! memorízalo.

Así concluyó ese día en que lo tuve todo. Mucho más de lo que jamás hubiese pensado. Me dormí con la satisfacción maravillosa de haber alcanzado la plenitud como mujer y no dejaría nunca de amar a mi esposo. Cuando regresara le daría mucho más. Nuestra pareja estaría más unida. Aunque ahora Elena estaría en mi vida.

Esa noche soñé con el castillo. Me veía con ropas antiguas, corriendo por sus interminables pasillos. Bajaba la escalera escondida y entraba en la sala del placer. Después me veía correteando por los prados, llegar al bosque y ser amada cerca de un arroyo. Me desperté feliz. Preparada para otro día. ¿Sería tan asombroso cómo el anterior?

Nuevamente llegaría el momento. Arreglada, perfecta, esperaba los golpes en la puerta. Minutos después abría mi puerta y allí estaba él. Me impactó su sonrisa, grande, fresca y única. No es habitual conocer personas que instantáneamente nos sorprenden gratamente. Él fue una de ellas. Lejos de precipitarse actuó con una tranquilidad que irradiaba paz. Es verdad que yo esperaba fuego enseguida. No fue así. No fue tímido, ni mucho menos. Un hombre de gran porte. Supe que me brindaría momentos sublimes, pero tardarían en llegar. Tuvimos una larga charla y mucho champagne. Me encantó escucharlo. Mientras hablaba yo miraba sus ojos color de almendra. Algo en él me cautivó. La forma de expresarse, sus manos que tomaron las mías. Poco a poco me dejé llevar, cautivándome por cada palabra suya.

Me dijo que yo lo había impactado. Me había visto unos segundos, el día que llegamos. Me arrojé a sus brazos sabiendo que lo que ocurriera sería solo esa noche y nunca más. Le dije que le daría todo el placer que fuese capaz. Esa noche sería suya y él mío.

Fue otra experiencia única, distinta, maravillosa. Mi mundo se abría como nunca antes. Dirán que al fin y al cabo una relación más no cambia nada, no es así. Es probarse, sentir hasta qué punto podemos sentir de diferentes maneras. Ser seducidas no solo con caricias, si no con una voz que llegue a lo profundo de nuestro cerebro. Y así fue.

Me entregué a él de una forma diferente a otras. Fue como si nos conociéramos de toda la vida. Mi cuerpo fue suyo totalmente. Mis manos, mi boca hicieron lo imposible por llevarlo al máximo placer. Me correspondió con juegos maravillosos, pero, sobre todo, con una exquisita ternura.

Me poseyó varias veces esa noche y confieso que logró agotarme. En mi locura le pedí volver a vernos, sabía que estaba mal. El juego no lo permitía. Cuando cerré la puerta y quedé sola pensé en que maravilloso sería poder hacer lo que quisiéramos, pero las reglas se deben respetar.

Antes de dormirme pensé por primera vez en mi marido. Con quien estaría. Me hice la gran pregunta ¿lo amaba después de todo lo vivido? Sonriendo para mí me dije en voz alta – ¡con toda mi vida! Es cierto que deseaba volver a encontrarme con Elena y volver a disfrutarla. Ahora amaba a dos personas. Mi corazón palpitaba alegre y feliz.

Llegó otro día. Desayunamos y nos preparamos para otro paseo, esta vez fuera del castillo. Los diferentes vehículos esperaban a los grupos. Entonces la vi. Elena esperaba abordar el suyo. Me miró y sonriendo se señaló el brazo, cómo preguntándome si había anotado su número de teléfono. Le contesté con una gran sonrisa mientras señalaba mi cabeza. Le hice una señal inconfundible y supo que la llamaría.

Nos llevaron a otro pueblo, almorzaríamos y recorreríamos sus barrios de estrechas y empinadas calles. Hacia la tarde salíamos de una iglesia. ¡No podía creerlo! Elena estaba de espaldas mirando un escaparate de artículos para turistas. Me desligué del grupo, corrí hacia ella y la abracé desde atrás. Su sorpresa fue maravillosa.

Se había escapado de su grupo. El castillo no estaba lejos. Se podría volver caminando. ¡La tarde para nosotras! Huimos del pueblo por un camino rodeado de encinas. Nos apartamos de la senda y fuimos hasta un pequeño bosque a unos cientos de metros. Un pequeño arroyo lo cruzaba produciendo un encantador sonido. Allí nos quedamos.

Nadie podía vernos. La hierba fue casi una manta perfecta. Nada nos faltaba. Ella llevaba un breve vestido verde. Se lo desprendí y yo al mío. Nos abrazamos con la fuerza del deseo. Nos amamos con tanta felicidad. Nunca voy a olvidar que mientras nos hacíamos el amor, en el deleite, ambas llorábamos de felicidad. Ella secaba mis lágrimas y yo las suyas. Mientras regresábamos le repetía su número de móvil una y otra vez. Ella reía tan feliz.

La última noche aún vendrían a golpear mi puerta. Jugué la última carta. Antes de cenar dejé un cartel negro, colgado de mi puerta. Significaba que no tendría contactos esa noche. Había sido suficiente.

A la mañana desayunamos, cada uno con su respectiva pareja. El juego llegaba a su fin. Como compartíamos la mesa con otras parejas no le pregunté nada a mi marido. Nos abrazamos besándonos con pasión.

Más tarde estábamos en nuestro auto regresando a nuestra casa. ¡Teníamos tanto que contarnos! Y le pregunté -Solo dime algo de todas las noches ¿cuál fue la que más te gustó? Su respuesta me llenó de orgullo y felicidad. -La primera, cuando se cortó la energía eléctrica. ¡No preguntes más! Todo ha sido hermoso ¿y para ti? Le dije que también y que no preguntara más.

Hicimos noche en un hostal. Cenamos y nos retiramos a nuestra habitación. Lo seduje con todo mi encantó. El no pudo resistirse. Le pedí que apagara la luz. Mientras me hacía el amor, en el momento justo le susurré al oído las palabras que aquella noche él, tan dulcemente me había dicho.

Cuando volvimos a encender la luz, maravillado me dijo – ¡cuánto te amo! ¡eras tú! Mi mejor noche con mi esposa ¿Qué más puedo pedir?

Así terminó esa maravillosa aventura que abrió nuestra pareja. Nos dio lo que recitábamos para amarnos aún más. Y yo con Elena descubriendo una nueva y maravillosa parte de mi sexualidad

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