El misterio del Mater Dei

El barco que no quería morir

Estando yo en el sur de Chile, en el puerto de Valparaíso, contemplaba el anochecer cuando un extraño sujeto, un hombre mayor, se sentó a mi lado. Durante un largo rato hizo silencio. Cuando el sol finalmente se ocultó, tras una suave bruma me dijo -extraños fenómenos los que puede producir el océano, en los hombres y en los barcos- Me preguntó si quería escuchar una historia. Le dije que sí. Tal vez sus ojos, que miraban más allá del horizonte, su vieja gorra de Capitán o su voz profunda y su piel arrugada por mil soles me anunciaron que valía la pena demorarme unos minutos más.

“En el año 80 pertenecía la tripulación del Viking,

Barco pesquero de la Empresa Royal Mar. 50 Metros de eslora y 12 de manga nos había permitido pescar en los mares chilenos sin mayores contratiempos. En cualquier tipo de clima. El Capitán recibió un llamado de la Capitanía. Deberíamos volver a puerto. Un trabajo que no imaginábamos nos esperaba. Regresamos extrañados por tener que suspender la pesca.

Dos días después amarramos y nos enteramos que remolcaríamos un viejo barco mar afuera y deberíamos hundirlo.

Cuando lo vi en el muelle posterior, esperando cansinamente su muerte, sentí una gran congoja. El Mater Dei llegaba a su fin. La compañía ya no pagaría la amarra y se corría el riesgo que se hundiese allí mismo.

Paradójicamente contaba con nuestra misma eslora. Sus días como pesquero concluyeron mucho antes. El clima se había ensañado con cada jarcia. La cubierta se deshacía lentamente bajo las lluvias y los vientos dejaron un oscuro color de óxido en el acero.

En la Capitanía nos dijeron que habría sobrevivido a la II Guerra como barco de transporte de tropas y muertos. Al día siguiente ingresé en el Puente de Mando, cada control estaba en alemán. Su origen era indudable.

Llegó la hora

. Dos remolcadores lo llevaron hasta la boca del puerto. Tiramos un grueso cable de acero y comenzamos el largo viaje hacia su último destino.

Recuerdo la hora. Las 12 exactas, pusimos proa hacia los 62 grados de Latitud Sur. Navegaríamos 30 millas. Una vez allí se abrirían las exclusas de sentina y se iría al fondo. Fui al Puente. El Capitán Enriquez frunció el ceño. -No me gusta- – ¿Qué pasa Capitán- ¿Pregunté – ¿Es extraño, pesa mucho menos que nuestra nave? Gran parte de la estructura, maquinarías, etc. han sido removidas. – ¿Y? – -Nos está tirando. No logró subir a más de 6 nudos- – ¿Y la corriente? – -La tenemos por popa- -Avíseles a los muchachos que revisen el cable de arrastre, por las dudas-

Fui a popa y miré al Mater Dei. Una luz brilló en el Puente, era imposible. Perplejo baje al comedor pensando quizás en un reflejo de nuestro barco en los sucios vidrios.

Seis marinos y el cocinero cenaban en silencio. Nadie hablaba. La atmósfera mostraba la preocupación que embargaba al grupo. El cocinero rompió el silencio -ese barco no me gusta, además escuché rumores en la taberna- – ¿Qué rumores? – Pregunté -Pues que su nombre no es el que tiene escrito- -Claro que no, es alemán-Le dije – ¡Allí está! la maldición del mar por cambiarle el nombre- -Deje de decir sandeces y cuentos de vieja- Me retrucó: – ¿Ud. no sintió algo, no vio nada? Hice silencio pensando en la luz.

Seguimos unos minutos callados.

Un estallido sacudió el barco. Corrimos a cubierta. El cable de arrastre se había cortado. El marinero Gómez, un muchacho joven gritaba con su brazo roto. El Latigazo casi lo parte en dos. El Capitán vociferaba, gritaba órdenes. El Mater Dei se alejaba rápidamente. A coro el cocinero y tres marinos exclamaron – ¡es imposible se aleja contra el viento! – Viramos en redondo a toda máquina. Nuestra nave libre de la carga volaba en dirección al prófugo. Finalmente lo alcanzamos. Nos abarloamos. Lanzamos cabos por popa y proa. Junto a dos hombres saltamos al barco condenado.  Aferramos fuertemente los calabrotes. En ese momento el barco, como si contase con hélices direccionales empujó brutalmente a nuestro barco. Caímos al suelo. Los cabos resistían. -El Capitán asomado a la barandilla gritaba – ¿Qué diablos ocurre? – Fue Chávez que respondió -Quiere irse Señor- ¡No diga estupideces! Preparen otro cable por popa- Nosotros seguíamos a bordo esperando la nueva amarra. El viento golpeaba un tambucho. Corría a cerrarlo y miré hacia la oscuridad interior. Acepto que quizás lo que vi fue producto del momento, de mis nervios.

Allá abajo una tenue luz brotaba de las entrañas.

Juro haber visto una sombra en el Puente. Grité – ¡abajo hay alguien! – Esta vez el Mater Dei o como se llamará brincó desesperado como queriendo librarse de las ataduras. – ¡Vámonos! -Gritaban casi en pánico mis compañeros. El cable de remolque estaba en su lugar. Saltamos a nuestro barco y soltamos las marras de la banda de babor. El cautivo salió disparado, hasta que el cable de arrastre detuvo brutalmente su escape. – ¡Cuidado! ¡Salgan de la popa! – El Capitán volvía a sentir la fuerza descomunal que ejercía sobre nosotros.

El mar, ahora encrespado creaba grandes montañas de agua. Cuando bajábamos una gran onda el Mater Dei se abalanzó sobre nuestro barco. ¡Nos embestía! A pocos metros de la popa cambió de dirección y destrozó el cable. – ¡Maldito barco! – Rugió el Capitán. Quedamos espantados. Lo vimos apuntar su proa hacia nuestro través. Nos embistió. Todos caímos. Se abrió un rumbo por sobre la línea de flotación.

Aquel viejo barco se fue hacia el horizonte. Serían las 6 de la tarde. El sol comenzaba a hundirse.   El mar ahora increíblemente calmo nos dejó ver por última vez a aquella briosa nave que no estaba dispuesta a morir.

Perseguirlo carecía de sentido. Se dio aviso a Prefectura. Al día siguiente dos aviones de la Armada, un Guardacostas y un helicóptero barrieron las aguas sin resultados.

El regreso se hizo en silencio y nunca lo comentamos ¿Quién lo creería?

He sido un hombre que nunca creyó en lo sobrenatural y allí están los hechos. Dicen que, de alguna manera, cuando en un barco han ocurrido hechos tremendos, la memoria de los hombres queda impresa en el navío. La guerra, eso es, la guerra. Ese barco no quería morir.”

Las estrellas estaban ahora brillando.

El Viejo marino se levantó. Buscó algo en su raída chaqueta y me extendió el reloj. Lo tomé. Pude leer algo en alemán. Sonrió. -Nunca le dí cuerda, no tiene la rueda y como ve marca la hora con exactitud 21 horas. Estaba en el Puente de Mano de aquel barco- Me miró. Saludó con la cabeza y se perdió en la bruma del muelle. Una calle más arriba la taberna invitaba a entrar. Seguí de largo pensando que les habría pasado a los hombres de aquel navío. En las penurias y en lo afortunado que he sido. Y en que mi absoluta certeza en la ciencia se había hecho añicos.

https://narracionesenlinea.blogspot.com/

shttps://germandiograzia.com/acerca-de-mi

Please follow and like us: