El amor que venció a la muerte

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En el corazón de Andalucía, donde la luz parece tener alma y el viento murmura antiguas plegarias, se alza una montaña con forma de rostro dormido: la Peña de los Enamorados. Desde la Vega de Antequera, ese coloso de piedra vigila los siglos, como si aún escuchara los ecos de un amor que desafió al mundo.

Era el tiempo en que el polvo de las guerras teñía los caminos y los rezos de cristianos y musulmanes se elevaban al mismo cielo, aunque en lenguas distintas. En una fortaleza de Archidona, donde el poder moro imponía su ley, un joven cristiano llamado Tello fue hecho prisionero. Lo llevaron encadenado, sin saber que en aquella prisión encontraría el amor más puro y más imposible que haya conocido la historia.

Azgona, hija del alcaide musulmán, lo vio por primera vez al amanecer. Él, herido pero erguido, con la mirada firme y serena. Ella, oculta tras un velo, sintió que el corazón le temblaba como si lo tocara un rayo. En un silencio que sólo entienden las almas destinadas, se reconocieron. El amor nació entre rejas, en susurros robados a la noche, en miradas que ardían más que el sol de Andalucía. Pero era un amor prohibido, una herejía contra el destino y la sangre. Y sin embargo… huyeron. Una madrugada sin luna, dejaron atrás los muros de Archidona, buscando la libertad entre los olivares, guiados sólo por la esperanza. Pero el amor, cuando desafía al poder, deja huellas que ni el viento puede borrar. Las tropas del padre de Azgona los descubrieron, y comenzó la caza. Caballos, gritos, espadas desenvainadas… el aire mismo parecía clamar venganza.

Los amantes corrieron hasta aquel peñón calizo, que se alzaba majestuoso sobre la vega, como si la tierra ofreciera su última defensa. Allí, jadeantes y cubiertos de polvo, comprendieron que no había salida. Las tropas los cercaban. El horizonte se teñía de rojo. Entonces Tello tomó las manos de Azgona y, mirándola a los ojos, pronunció las palabras que aún resuenan en la piedra: “Si la muerte es el precio de nuestro amor, que el cielo sea testigo de que lo pagamos juntos.”

Ella asintió. Y abrazados, con el viento por único testigo, se lanzaron al vacío.
Su caída fue un suspiro que partió el alma del mundo. Y dicen que cuando el sol cae sobre la Peña de los Enamorados, puede verse su silueta dormida, como si la montaña misma los hubiera acogido para protegerlos del olvido.

Desde entonces, Antequera, guarda esta historia como un tesoro. Porque allí, entre la tierra y el cielo, entre el amor y la muerte, dos almas sellaron para siempre la promesa de que el amor verdadero no conoce fronteras, ni religión, ni final.

RESUMEN voz

Bajo el cielo ardiente de Andalucía, se alza una roca que guarda una historia: la Peña de los Enamorados.

Cuentan que, en tiempos de frontera entre moros y cristianos, un joven cautivo llamado Tello y Azgona, hija del alcaide musulmán de Archidona, se enamoraron en secreto.

Su amor, imposible por fe y destino, los llevó a huir una noche hacia tierras cristianas, perseguidos por las tropas del padre de ella.

Cuando la huida llegó a su fin, en lo alto del peñón, comprendieron que no había escapatoria.

Entonces, se abrazaron y, prefiriendo la eternidad al olvido, se lanzaron juntos al vacío.

Desde entonces, Antequera, guarda esta historia como un tesoro. Allí, entre la tierra y el cielo, dos almas sellaron para siempre la promesa de que el amor verdadero no conoce fronteras, ni religión, ni final. Desde aquel día, la montaña guarda su nombre: Peña de los Enamorados, símbolo de un amor tan puro que venció al tiempo y a la muerte.

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