Del l.ibro de Encarnación Reina Sanchez: De la inocencia a la furia. Disponible en Amazon
La hija del pecado

Nacida de una madre soltera, Encarni lleva el estigma de ser «la hija del pecado», una etiqueta que la condena a la marginación y al rechazo. Sin embargo, en su corazón arde una llama de esperanza, alimentada por su espíritu indomable.
A través de sus ojos, el lector será testigo de la vida cotidiana de seres sometidos, de esos tiempos e irá descubriendo profundos secretos y descubrimientos, de una España que fue, en una carrera hacia un final alucinante, que une el pasado con el presente.
TEXTO: LA ESCALERA HACIA EL HORROR:
El colegio Santo Domingo había sido un convento, allí se daban las clases, en lo que habían sido las habitaciones de las monjas. Encarni solía llevar aceitunas y otras cosas a la Dirección. Un día, luego de entregar el encargo, se retiraba cuando reparó en una puerta pequeña. Curiosa como era y como no había nadie la abrió. Una escalera descendía quien sabe dónde. Era el sector en ruinas. El descenso era empinado y angosto, podía sostenerse de las paredes. Cada tanto una pequeña bombilla iluminaba la bajada. Notó el polvo acumulado en los escalones, hacía mucho tiempo que nadie bajaba allí. No iba a retroceder, aunque una voz le decía ¡cuidado!, había escuchado historias espeluznantes, de esas que los niños se cuentan para asustar.
Estuvo a punto de regresar cuando la escalera terminó en una pared. Otra pequeña puerta con su parte superior curva, le cerraba el paso. Se encontraba muy abajo. Un gran candado impedía abrir la puerta, lo tocó y el acero del arco, se desprendió de la base del candado, la puerta se abrió casi sola. Encarni, con el corazón saltándole del pecho ingresó a una habitación cuyo final no alcanzó a distinguir. Un par de pequeñas lámparas iluminaban pobremente el recinto. En el medio una mesa de piedra era el único mobiliario. Se acercó, prendió un fósforo y encendió una vela que encontrara en un rincón. La luz parpadeó y mostró el color rojizo, casi, marrón ¡había sido sangre! Con sus pequeños años comprendió que allí habían ocurrido hechos terribles. Se acercó a una de las paredes, horrorizada encontró nichos, cada metro de pared llevaba uno o dos, llegaban desde el techo hasta el suelo. ¿Saben que encontró en esos sepulcros? huesos humanos, pero no de personas mayores ¡de bebes y algunos niños!
No regresó, siguió hacia el final de la habitación que se había convertido en un sinuoso pasadizo. Dejó la vela encendida como precaución. El piso subía, pero no por una escalera, era una rampa. Por allí bajaban algún tipo de carretilla. Para su asombro llegó a la última puerta, la empujó y se encontró en el pasillo frente a la Dirección. Había escapado del horror.
Tiempo después, con mucho cuidado y astucia, preguntó que había antes, en la época de las monjas, donde ahora había oficinas: ¡las habitaciones de la Madre Superior: Sor Inés. Quien lea estas líneas se preguntará que fue todo aquello, muy sencillo y estremecedor ¡abortos! ¡asesinatos de niños! Lo hemos podido comprobar por diversas fuentes de esa época, no solo en Archidona, sino también en varios pueblos. La iglesia permitió escandalosas relaciones entre curas, y monjas. Si solo hubiesen violado el mandamiento de no fornicar, no importaría, nada más que a ellos, pero aquí estaba la prueba brutal de los abortos. Por la cantidad de criaturas encontradas no cabe duda que aquello fue un verdadero holocausto, tapado, escondido, permitido, mientras arriba la gente se arrodillaba y recibía el cuerpo del señor. El mismo hombre, vestido de negro, que pocos metros más abajo ocultaba la más espantosa tortura a inocentes ¡quitarle la vida!
Encarni con mucho cuidado le preguntó a su madre, ésta en vez de reprenderla le dijo que lo sabía, muchos en los pueblos habían escuchado las historias, además ¿cómo evitarlas en un pueblo pequeño? Pero tuvo miedo, si el padre Vicario se enteraba de aquel descubrimiento, pobres como eran, serían asesinados por la temida falange. Pero hubo algo más, Encarni había llevado en un saco, una de aquellas cabezas, creyendo en su inocencia que se trataba quizás de un perro. Esa parte de la historia la cuenta recién ahora. Muchos años después, ya de adulta, recordó aquella excursión al infierno, pudo comentarla con dos conocidos. Ellos habían vivido en otros pueblos, aquella brutal historia, se había repetido en otros lugares de España.
Después de tanto tiempo, en otra época surge la pregunta ¿qué hacer ante el dolor cuando las víctimas y sus victimarios han dejado este mundo? ¿Nada? Sí, si se puede hacer algo, no callar. Alzar el grito y cerrar el puño.



